SAN ARTEIXO DE MONTALVO La primera vez que llegué a este pueblo me di cuenta de que algo extraño rondaba la cabeza de sus habitantes. Se respiraba ese aire frío del anochecer que se te empieza a meter en el cuerpo. Todos empezaban a recogerse en sus casas, cerrando a cal y canto para que la noche no les sorprendiera indefensos ante sus terrores más retorcidos Era como si este pueblo no tuviera alma, como si se hubiera alejado de Dios y se hubiera abandonado a la superstición Esa sensación la intenté olvidar pero mi compañero no podía. Él era bastante más joven y aún no dominaba sus terrores. Pero realmente, mi mayor preocupación era buscar un sitio donde pasar la noche; más que por los monstruos y demonios, por el frío, otra noche más al sereno y mis huesos me darían la lata hasta Santiago DEBATIÉNDOSE ENTRE LA FE Y LA SUPERSTICIÓN La delgada línea entre estos dos conceptos es muy fácil de cruzar. Ambas son creencias ciegas en algo. No tienen fundamentos, o se cree o no se cree y eso las hace estar tan separadas y tan cerca Recuerdo que hablar con la gente de este pueblo me daba malas vibraciones. Te traspasaban sus miedos y a veces, si no guardaba la calma, empezaba a ver las mismas cosas que ellos, a poder ir por donde antes no había paso, a despertar a la entrada de una cueva sin saber cómo había llegado hasta allí Lo mejor para olvidar todo era rezar en un lugar santo, reforzando mi fe y alejándome de todos esos pensamientos. Entonces, la realidad se mostraba ante mis ojos, no había lugares extraños ni seres de ultratumba Pero siempre anduve con miedo de perder por completo mi fe y mi cordura, de dejarme embaucar por aquella colección de creencias paganas, sus mitos y personajes, abandonando para siempre todo lo que me vinculase con mi vida anterior Lo que pasó hasta que pude dominarme, no os lo voy a contar pues aún tengo la sensación de que me asaltan las dudas. Nunca se está seguro del todo
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